De alguna extraña manera aquel banco de esta mágica plaza sigue intacto; su verde brillante, su madera suave y húmeda. Los años, días y meses de este no se asimilan con su antigüedad, pero si con sus marcas, sus pequeñas experiencias y con sus millones y millones de historias para contar.
La luna tímidamente iba asomándose hacia la plaza. Las agujas de mi reloj corrían, pero misteriosamente a la par, la luna iba creciendo, se nutria del correr del tiempo y a su par el banco padecía de nuevas marcas.
El césped, húmedo y con un gran resplandor. El tiempo corría y el pasto comenzó a secarse, la luna continuaba poco a poco ampliándose y el banco poseía mas marcas.
Fui allí en busca de una respuesta, pero preferí que el tiempo haga su parte.